· 2016
El Monserrate es un poema narrativo en veinte cantos, escrito en octavas por el poeta español Cristóbal de Virués, publicado en Madrid en 1587. Desarrolla la leyenda del monje Garín y la fundación del monasterio de Montserrat.<br>El motivo deriva de leyendas eclesiásticas y piadosas españolas del siglo IX. Garín, ermitaño en los inhóspitos riscos de Montserrat, viola y mata a la hija del conde de Barcelona, que le había sido confiada para que fuese liberada del demonio. Arrepentido de tan terrible acto, marcha en penitencia a Roma para implorar el perdón papal. Llegado a Roma tras complicadas aventuras, el papa le ordena volver a gatas a su ermita y alimentarse de hierbas y raíces hasta que un niño le anuncie el perdón de Dios. Tras siete años de penitencia, Mirón, hermano de tres meses de la joven asesinada por el monje, le anuncia milagrosamente la redención de su culpa. Garín confiesa al padre de la joven su asesinato y le lleva hasta el lugar donde la enterró. Sin embargo, maravillosamente la joven resucita y se consagra a Dios, fundándose el convento de Montserrat.<br>La obra fue un notable éxito durante más de un siglo y traducida a los principales idiomas europeos. Se ha reconocido una gran habilidad técnica en Virués, así como la construcción de personajes creíbles y consistentes en este poema. Asimismo, es una valiosa mezcla de motivos hagiográficos y novela bizantina. El propio poeta reelaboró la obra en una segunda parte: El Monserrate segundo, publicado en Milán en 1602.
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· 2010
Cristóbal de Virués escribió tragedias violentas y fue muy popular con La gran Semíramis, La cruel Casandra y Atila furioso, estrenadas en Valencia entre 1580 y 1590. En ellas que empleó con frecuencia recursos del teatro clásico como el coro. Fragmento de la obra Jornada primera (Menón, Zopiro hombre, de hábito en Semíramis.) Menón: El fiero son del temeroso asalto, que enciende y hiela los humanos pechos, subía por el aire a lo más alto de los eternos estrellados techos, cuando, con amoroso sobresalto, en medio de la armas y pertrechos me dieron, mi dulcísima querida, nueva de vuestra súbita venida. Arremetía ya el abierto muro, puestos los ojos en la gloria y fama; pero sabiendo que llegastes, juro que me trajo volando a vos mi llama y, aunque el honor viniendo me aventura, verá quien me juzgare, si me infama, que importa más gozar de vos, mi cielo, que cuanta gloria puede darme el suelo.
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